Navegando en la red descubrí esta página con enlace a través del Observatorio del Paisaje de Cataluña. En ella podemos observar algunos ejemplares de Adansonias en África, de porte verdaderamente espectacular y raro. Las adansonias son suculentas caudiciformes, es decir, plantas adaptadas al almacenamiento de agua en sus tejidos, con porte y características de caducifolias, como su propio nombre indica (poseen tallo, ramas y hojas bien diferenciadas). De entre ellas el Baobab es quizá la especie más conocida.
La página está dedicada a árboles de gran porte de todo el mundo, y merece la pena dar una vuelta y visitarla.
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Mi mesa, la de aquí
Del Blog NaturaBlog, Diario El Mundo20 de octubre de 2008.- Si los bosques han editado todos los libros; las mesas, sobre las que se ha escrito casi todo, también merecen ser consideradas como uno de los más refinados productos de la cultura. Y son naturaleza que algunos supieron convertir en altar.
Lo digo porque aquí, en medio de uno de los paisajes más completos que conozco, mis palabras son sostenidas por una mesa de nogal, con unas manchas en forma de rara mariposa -así son los caprichos que dejan las enfermedades de la madera– y de extrema sencillez en su diseño; lo que la hace todavía más armónica.
Me la ha hecho Miguel Ángel Moreno, un excepcional carpintero que ama al árbol y considera a la madera como a una amiga. Que lo es. Escribí en mi documental Bosque de bosques que esta tenacidad que eleva al árbol es la primera materia prima de la humanidad.
Todavía resulta más natural la otra mesa, la de reuniones, que me acompaña en este mismo lugar. Tiene casi tres metros de larga y es un tronco de enebro chino: casi tal cual, es decir que mantiene el contorno de un árbol, caído por muerte natural, que procede de los jardines de Aranjuez y que, él o sus padres, fueron traídos desde China en tiempos de Felipe II. También ha sido Miguel Ángel responsable de tan intensa delicia.
Allí en Madrid, escribo sobre un mapamundi, la irrealidad más abstracta que ha ideado la mente. Pero me deja vincularme a través de la imaginación con la Tierra. Así con mayúsculas. Aquí escribo sobre la tierra, a la que cuido y aro, la que deja crecer a los 21.000 árboles que he plantado, acaso para devolver algo a cambio de las mesas y de los libros que me han publicado.
Pero sobre todo porque desde donde escribo contemplo al bosque y a sus huéspedes, entre los que me cuento. Porque con sólo alzar la vista de este papel puede que la Naturaleza me obsequie un gavilán persiguiendo a los gorriones que crían justo a medio metro de la pluma y el cuaderno.
O, como tantas veces, que los alborotos de los gansos que pasan, como ayer mismo ocurrió, me hagan salir de esta tinada de cabras, convertida en biblioteca, para contemplarlos mejor.
O que mis caballos correteen por el oleaje de las cervunas rubias que alfombra el campo inmediato a este majano arquitectónico.
No hay, pues, distancia, ni intermediarios, entre el derredor y este apasionado acto semanal de contaros cómo es, cómo funciona y cómo las destruyen: a la Tierra y a la tierra. Pero no menos de proponeros convertirnos en algo tan sensato como el bosque y algo tan útil como la madera.
Y es que en cada mesa se esconde también eso que tanto se nos quiere olvidar: la verdad es mucho más un producto de la Naturaleza que de la Cultura.
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Arbolemos seriamente
Del Blog NaturaBlog, Diario El Mundo29 de septiembre de 2008.- Una de las más sorprendentes torpezas que nos acompañan es no dejarnos acompañar por lo espontáneo. Acaso porque es gratuito y vivimos sumergidos en el vertedero de los precios. Lo que no cuesta monedas, en efecto, carece de la posibilidad de ser exhibido en los escaparates de la competitividad.
Con todo, sigue siendo lo que no consta en los sistemas de contabilidad al uso lo que nos resulta más necesario. Lo inadvertido es imprescindible. Lo desconocido siempre es lo más útil.
Los árboles proclaman con absoluta contundencia esta generalización que acabas de leer. Pero que puede ser completada con el hecho de que no sería caro duplicar la superficie forestal de este país si tenemos en cuenta lo que producen los bosques, las funciones que desempeñan y, sobre todo, la forma en que lo hacen.
Si eficiencia es hacer mucho con muy poco, nada tan eficiente como un árbol, especialmente si se tiene en cuenta su duración. La fecha de jubilación es también una fortuna para nosotros porque bien puede equivaler a la de cuatro, cinco, seis generaciones de estos y los futuros pensionistas. Porque con lo ya puesto sobre el territorio y poco más, los gigantes del mundo vegetal pueden iniciar una larga vida de embellecedor destino. Es más: poco, muy poco, es lo que limpia, aporta, acoge y devuelve en mayor proporción que un árbol.
Recordemos.
Para empezar son varios miles las materias, principios activos, servicios, reciprocidades e inquilinos que las arboledas proporcionan. Por tanto no vamos ni siquiera a empezar a mencionarlas. Si el hecho de que para combatir las cinco más graves enfermedades que ahora mismo sufre la vivacidad del planeta, los árboles son el mejor antídoto, la terapia más activa eficaz y eficiente, la medicina prodigiosa. Entre otras cosas porque las cura todas al mismo tiempo.
Sólo por el prestigio que tienen los productos farmacéuticos a la hora de aliviar penalidades deberíamos ser capaces de extrapolar el real valor de los árboles. Que, por cierto, no sólo curan al derredor, sino también a nosotros mismos y tanto de forma directa como indirecta. Tengamos presente que la calidad del aire que respiramos se debe en no poca medida a la tarea de liberación de oxígeno que acometen los árboles.
Pero volviendo a los deterioros de la Naturaleza urge que al menos alcancen todo el merecido reconocimiento las capacidades sanadoras del bosque. Porque ya es hora de que, si hay subvenciones, muy cuantiosas, por sembrar, tantas veces falsamente, los campos de pan llevar, no las haya para la cosecha de aires limpios.
Es decir que los bosques resultan ahora mismo imprescindibles para la lucha contra el calentamiento global de la atmósfera. Todavía más activos, a corto plazo, resultan si queremos detener a los procesos erosivos y de desertificación. Sin olvidar que la pérdida de multiplicidad vital es otra de las afrentas a lo que precisamente más nos regalan las formaciones forestales de este planeta.
En consecuencia, nada mejor para combatir la desaparición de las especies que plantar árboles. La mejora de las precipitaciones, la regulación hídrica, los microclimas serían por último las aportaciones definitivamente rentables derivadas del aumento de esos bosques. No uno por español, nos merecemos 150 más.
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